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Alberto Durero |
En 1520 se enteró de que el rey Carlos I de España, sucesor de Maximiliano I, iba a viajar desde España a Aquisgrán para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Durero había recibido una pensión anual por parte de Maximiliano y tenía la intención de que Carlos I mantuviera esa asignación. Emprendió con su esposa el viaje a Aquisgrán, que financió vendiendo grabados y otras obras durante el trayecto, y de allí pasó a los Países Bajos entre 1520 y 1521. Posiblemente la pintura dureriana más relevante de esa etapa fuese el San Jerónimo en su estudio (1521) que creó en Amberes para el diplomático portugués Ruy Fernández de Almeida.
En Gante le avisaron del hallazgo de una ballena varada; se apresuró hacia la costa a verla, pero le sorprendió una tormenta y cayó enfermo. Su diario nos proporciona un fascinante relato de estos viajes, de las audiencias de los monarcas y de los recibimientos que le brindaron sus compañeros artistas, como Lucas van Leyden, especialmente en Amberes. Resultó muy satisfactoria su audiencia con Carlos I, pero hay quien atribuye a este viaje la causa de unos problemas de salud (quizás malaria) que afectaron al artista durante sus últimos años.
Regresó a Núremberg, donde habría de permanecer hasta su muerte, acaecida el 6 de abril de 1528. En sus últimos años, aquejado de achaques de salud y de una posible depresión, redujo su producción artística en favor de su faceta teórica o escrita. Sus últimas obras pictóricas son dos grandes tablas en las que están representados Cuatro apóstoles (hacia 1526, Alte Pinakothek Múnich), que ofreció como regalo a la ciudad de Núremberg; y su último grabado a buril es un Retrato de Erasmo de Róterdam del mismo año.
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